Amelia Earhart y la otra historia de la aviación

Amelia Earhart subiendo a su Lockheed Vega.

Amelia Earhart subiendo a su Lockheed Vega.

Hoy, 24 de julio, Google rinde homenaje a Amelia Earhart (1897–1937), la primera mujer que cruzó volando el Atlántico. ¿Recordamos al primer hombre que lo hizo? No, no fue el archiconocido Charles Lindberg (1902–1974). Lindberg cruzó el Atlántico sin escalas desde Nueva York a París unos años más tarde que John Alcock y Arthur Whitten, pero se dio la circunstancia de que Lindy fue el primero que lo hizo EN SOLITARIO.

Otra de las circunstancias que no debemos dejar escapar es que Lindberg, al igual que Earhart, eran estadounidenses, y la maquinaria publicitaria de Estados Unidos arrasa con todo, incluso con la Historia. Sucede con la mayoría de los sucesos o personalidades del siglo XX, desde la literatura hasta la pintura o la historia de los inventos y las patentes (¿por qué será más conocido Hemingway que Borges?, ¿por qué será TAN famoso Jim Morrison?). Los estadounidenses son defensores a ultranza de su cultura, y no tiene por qué ser algo malo mientras no sepulten a otras culturas. Esa pelea constante tal vez sea porque su cultura es aún escasa, o quizá por falta de tradición o por su complejo de cultura recién llegada. El caso es que si es norteamericano será conocido por la tremenda campaña que lo encumbró y que no permitirá que caiga en el olvido. El mito vende, a corto y a largo, para que haya un mito tiene que haber historia, y si no hay historia se la inventan y dedican el resto de sus esfuerzos a que se escriba para que suene bien y se recuerde tal y como se planeó. A lo largo del tiempo hemos visto varios modelos de negocio basados en mitos, muy rentables y que han durado siglos, no hay que buscar muy lejos. Pero si hay algo que han aprendido los estadounidenses de Europa y de otras culturas anteriores, y que han perfeccionado hasta hacerlo arte, es vender y escribir la historia.

Santos Dumont

Santos Dumont por los aires.

¿Nos suena de algo Alberto Santos Dumont? Claro que no: era brasileño. Aún no se ha cerrado la controversia, pero Santos Dumont realizó en París el primer vuelo sin artificios externos en la historia de la aviación, en 1906, y aquello quedó demostrado ante público cualificado, además de registrado, documentado y publicado. Permítanme que dude de los famosos hermanos Wright, que además de ser de Ohio, EE.UU., su modelo se parece demasiado al de Santos y, aparte de que sus vuelos sólo se hicieron «en familia» y utilizando catapultas (así vuela hasta una piedra), ellos nunca quisieron hacer públicas sus invenciones mientras que las de Santos Dumont eran de dominio público. Aún más sospechoso es que sus retratos eran mejores que los del brasileño, pero eso es una apreciación personal.

Al Ries y Jack Trout, en su conocido libro Las 22 Leyes Inmutables del Marketing
explicarían mediante la «Ley del Liderazgo» la increíble fama de Lindberg o de los hermanos Wright (aunque supuestamente con trampa estos últimos), es decir, el hecho de ser el primero en algo y afianzarse. Cuando ya no se puede ser el primero (o cuando ya no se puede falsificar ser el primero) se puede recurrir a la «Ley de la Categoría»: se crea una categoría nueva en la que se pueda ser el primero.

Volviendo a Amelia Earhart, la diferencia que marcó con todos los «raids» anteriores fue que ella era la primera mujer en cruzar el Atlántico. A Amelia Earhart no se le puede comparar con Lindberg o con Whitten en su primer viaje porque ella fue un pasajero, no era piloto en aquel momento, ni ingeniero o mecánico, ni siquiera había tenido la idea de volar semejante distancia unos meses antes de subirse al aparato. Su presencia en ese primer vuelo fue promovida por un publicista (su futuro marido) que vio una oportunidad de oro en aquella novedad («Ley de la Categoría»). Tan buena idea tuvo George Putnam (así se llamaba su marido el publicista) y tan buena fue su campaña, que al aterrizar y poner fin a aquel primer vuelo de 1928, los periodistas se abalanzaron sobre Amelia, haciendo el vacío total al mecánico y al piloto que la acompañaban. Ella nunca se atribuyó el mérito del vuelo y reconoció que era un pasajero, lo cual la honra. Sin embargo, desde ese momento comenzó su historia y su leyenda fue, además, de lo más rentable.

Putman y Amelia Earhart

Esta foto deja más o menos claro cómo se las gastaba George Putnam, el maridito publicista de Amelia Earhart.

Putnam la llevó de aquí para allá, de conferencia en conferencia, e incluso la ayudó con la promoción de un libro sobre aquella aventura. ¿Hasta qué punto todo esto es cierto o es parte de una historia que atribuye los méritos de Amelia a «su hombre»? Nunca lo sabremos a ciencia cierta. Unos textos destacan a su maridito como el artífice de su gloria, y otros a la condición de Amelia de «persona audaz, con gusto por las actividades de chicos». Era difícil explicar, o difícil de entender para aquellas gentes, que una mujer, tras cruzar el Atlántico como pasajera y quedar totalmente prendida de la experiencia, decidiera hacerse un piloto experto y cruzar el charco ella sola. Medios económicos tenía y la fama del primer vuelo era la lanzadera ideal. Pero volvemos a la costumbre de que tiene que haber un hombre detrás de todo aquello o nadie se lo cree: volar durante horas sobre el océano es cosa de hombres muy hombres.

Ella, al parecer, y siempre fiándonos de lo que queda escrito, que no sabemos si es mito publicitario o realidad, era una persona inquieta, diferente y que quería destacar, algo que no dice mucho, así de entrada. Viniendo de una familia adinerada tuvo acceso a los aviones desde muy joven, pero le causaron poca impresión. En general, varias de sus biografías hacen todo lo posible por acercarla al mundo de la aviación, destacando todos y cada uno de los encuentros que tuvo en su vida con ese mundo, cuando probablemente la aeronáutica le importó más bien poco hasta que se le presentó la oportunidad de hacer carrera, y vaya si hizo carrera.

Tras el vuelo iniciático a través del Atlántico, estuvo varios años afianzando lo que hoy llamaríamos su personalidad de aviadora, y rompió récords tales como el de velocidad para mujeres. El dinero a espuertas es un catalizador fabuloso y en poco tiempo le llegó la oportunidad que hizo que entrara en la historia con todos los honores. En 1932 se subió a un Lockheed Vega y partió en solitario desde EE.UU. hacia el norte de Irlanda. El aterrizaje la convirtió en la primera persona en cruzar el Atlántico dos veces, la primera en hacerlo más rápido que nadie…, y en la primera mujer en cruzar el Atlántico en un vuelo en solitario, que es por lo que más se la recuerda. Para que no quedaran dudas, tras esas marcas vinieron otras, y voló sobre el Pacífico, algo que otros intentaron y que les hizo perder la vida, y voló en solitario de Los Ángeles a Ciudad de México.

A pesar de su corta pero intensa carrera se recuerda sobre todo su travesía del Atlántico, o sea que Jack Trout, a pesar de que su libro de marketing está cargadito de falacias y de contradicciones, no va desencaminado con su seudoley de la categoría.

El planteamiento publicitario lo enfocaron como «un Lindberg pero en mujer», para que lo entendiera bien la sociedad del momento, y parte de sus méritos se atribuyeron a su marido el publicista, que al parecer siempre la estuvo animando, sembrando la duda de si una mujer por sí sola es o no capaz de cruzar el Atlántico y de hacer historia.

Sin saber dónde está el borde exacto entre realidad o ficción en algunos de los hechos, siempre recordaremos a Amelia Earhart como una aventurera, un ser humano valiente y excepcional, una persona que con 31 años se conoció a sí misma en un vuelo hacia lo desconocido y que puso rumbo a su vida.

Desapareció cerca de Nueva Guinea tan sólo cinco años después de su viaje en solitario sobre el Atlántico, el 2 de julio de 1937. Era un viaje alrededor del mundo. Al parecer, su aparato se quedó sin combustible en un infierno de lluvia y de visibilidad casi nula. El día del accidente sólo le quedaba por completar un tercio de la ruta, habría marcado un antes y un después.

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Acerca de Horacio Diez

Intentando superarme a mí mismo desde hace más de treinta años.
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Una respuesta a Amelia Earhart y la otra historia de la aviación

  1. Criopak dijo:

    Ahora sé porqué el aeropuerto de Río de Janeiro se llama Santos Dumont, no sabía quién era ese tipo. Gracias

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